Un antiguo proverbio zen afirma: “Cuando camines, camina. Cuando comas, come»
Suena el despertador en mi pequeña mesilla, como siempre le mando callar, tengo que pensar en ese momento lo que debo hacer, no debo pensar en el futuro, ni siquiera en lo que hice ayer, mando ahora mismo a Alexa que se calle.
Como todos los días el Duque viene raudo y veloz a buscarme, aparece como de la nada, con esa carita sonriente, moviendo su rabo y pidiéndome que juegue con él o que le dé de comer. Qué bonito ver como te espera y lo pendiente que está de ti para ver lo que vas a hacer mientras te ocupas de otras cosas. Me encanta vivir este momento. Son de los pocos momentos que vives el presente, que algo o alguien, no sé muy bien, te obliga a que vivas con él ese instante.
Me meto en la ducha mientras intento desperezarme de 6 horas de sueño, para qué más, he leído que una persona pasa 25 años de su vida durmiendo. ¡¡¡Dios, ni de coña quiero dormir tanto, con lo que tengo que hacer!!! Mientras me ducho pienso en lo que tengo que hacer, el día que me espera, los pacientes que deberían venir a por su medicación, en Paula que no tenía la tensión como debería y creo que como siga así, habrá que llamar a su médico, pero también en cómo acabará el año, en los movimientos que hará algún político para joder a vete tú a saber quien, incluso en si el taco que acabo de escribir cabe aquí o no y si hará gracia a quien lo lea.
Vaya, las 7 y media, se va a hacer tarde!!, Duque, a desayunar!! Este si que lo goza, no se deja ni una galleta. Me pongo la chaqueta, vivo el momento, ¡creo que me queda genial!
Hoy voy al gimnasio, futuro.
Subo a mi pequeña aeronave, ignición copiloto. Arma las rampas Duque. No me contesta, bueno, pero nos divertimos un ratito. Vamos de camino recorriendo los 31Km que nos separan de la farmacia, imaginándome que voy sobrevolando el atlántico y que nos espera un país exótico donde voy a dejar cientos de personas maravillosas para que sean felices donde llegamos. No es muy distinto a lo que hago, sobrevuelo el asfalto de la M-40 y llego a un lugar, para mí, maravilloso, donde la gente viene e intento que sean un poquito más felices, y entonces es cuando vivo el momento y el presente y el ahora, valorando lo que ha pasado antes de llegar aquí, lo que he luchado y porqué estoy aquí, sin pensar en ningún futuro, disfrutando del vuelo y viviendo la alegría de estar aquí, la felicidad por la intensidad que estoy viviendo. Sobrevolando con mis pacientes, intentando hacerles un poquito más felices en mi avión. Dicen que la felicidad es cualquier momento presente vivido con intensidad, yo, lo vivo con mucha intensidad.
Llego a la farmacia, demonio, se me ha olvidado la bolsa del gimnasio. Ves? atontao, por no pensar en el presente, has pensado demasiado en el futuro y en lo que tenías que hacer hoy, por tanto hoy no boxeas. Cambio de planes, no hay problema, creo que me iré de compras, o lo que surja.
Como todos los días, entran personas a la farmacia, personas con vidas distintas, con sus problemas, con sus pasados y con sus futuros, personas que me comentan lo que les puede esperar, lo que les pasará, si esto o lo otro. Personas que me hablan de sus pasados, de lo mal o bien que lo pasaron, de los momentos pasados que siempre fueron mejores. No recuerdo quien me dijo, exceso de pasado, DEPRESIÓN, exceso de futuro, ANSIEDAD, por tanto, vive el presente, pero quedaría representado más o menos así:
Pero, ¿sabes una cosa? nadie o muy poca gente me habla de lo mucho que disfruta en el presente, de lo que está a punto de hacer para seguir viviendo la vida sin pensar en qué pasará, no me hablan de las pequeñas cosas que te ofrece la vida, esas que pasan desapercibidas ante tu cara, esa sonrisa de alguien que te vas a perder por no mirarle, esa camisa de una tienda que no has visto porque vas pensando en no sé que y que seguro que te quedaría perfecta, ese beso que te pierdes por protestar cuando llegas a casa de algo que ha pasado y que ya no tiene la menor importancia, ese encuentro inesperado de alguien que hace tiempo que no ves y que te cuenta como le ha ido, esa mirada de complicidad de alguien que te busca para contarte algo importante para que le ayudes y que la dejas escapar porque estás pensando en el papel que tienes que mandar mañana para no sé qué.
Ayer sentí esa felicidad en una persona cuando me enseñó algo que había hecho en su cuerpo, que había compartido con su familia y que habían hecho juntos. Sentí su felicidad, la ilusión con lo que me lo transmitió, la ilusión con lo que lo hizo. Casi me emocionó cuando compartió conmigo ese momento vivido con tanta intensidad.
Esas cosas son las que nos perdemos porque a lo largo del día nos pasamos haciendo cosas, pero no somos plenamente conscientes de ellas, no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo porque tenemos “la cabeza en otra parte”, nos olvidamos de vivir el presente. De hecho, realizamos muchas de las actividades cotidianas de manera automática, sin prestarles atención. La razón de este “despiste” es muy sencilla: estamos demasiado ocupados recordando el pasado o muy preocupados por el futuro, de manera que el presente se nos escapa. Ese futuro que no me ha preocupado hoy cuando he corrido a hacer una prueba de CoVid a un domicilio sin pensar en los riesgos, sin pensar en mi contagio, sin pensar en el futuro de qué pasará, sólo pensaba en esa persona que estaba sola y sin saber si tenía CoVid o no, preocupada y algo angustiada por su edad y las posibles consecuencias. Por cierto, positivo, pero está bien.
Si me preguntas qué es vivir el momento presente, para mí la respuesta siempre es la misma: se trata de aprender a reconocer nuestras emociones y sentimientos, y aceptarlos tal y cómo son. Siendo capaces de evitar que la tristeza por sucesos pasados o la ansiedad e incertidumbre por el futuro nos paralicen.
Me gustaría que cada persona que entra en la farmacia viviera su presente, no pensara en lo que le puede pasar, que disfrutara de su vida, que se olvidara de pasados tóxicos, de futuros inciertos.
Esta semana escuché esta frase en la farmacia. De pronto un día te paras, te das cuenta de tu edad y piensas en lo que has hecho y qué vida has llevado. Pero, si no me he dado ni cuenta y ha pasado todo este tiempo.
Y lo peor es que hay personas que piensan que ya no pueden hacer nada para cambiar esa manera de vivir. No es cierto, procura no dejar de buscar tu felicidad a diario, no en cosas elaboradas sino con las pequeñas cosas, con detalles que, seguro, todo el mundo pasa por alto.
Termino con un relato de Walt Whitman que reza…
No dejes que termine sin haber crecido un poco,
sin haber sido un poco mas feliz,
sin haber alimentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie
te quite el derecho de
expresarte que es casi un deber.
No abandones tus ansias de hacer de tu vida
algo extraordinario…
No dejes de creer que las palabras, la risa y la poesía
sí pueden cambiar el mundo…
Duque, vámonos a casa, es tarde y seguro que tienes hambre. 31 Km y llegamos.
Gracias L