Verano de 2022, casi imposible dormir, no ha habido una sola noche desde junio que no me despertara al menos una vez. Hoy no ha sido un día muy diferente a los demás. Son las 6 de la mañana, es de noche y estoy encima de la cama, esperando que amanezca, esperando que venga el Duque, esperando a derretirme encima de mis sábanas. Ya me queda poco para las vacaciones, me queda poco para cambiar de ambiente, cambiar de aires y disfrutar de otros amaneceres muy distintos.
Cada día, durante todo el año recorro 31 Km para llegar a la farmacia. 31 Km que me llevan a un mundo de emociones y de pasión por tu trabajo, 31 Km para llegar a un lugar donde ayudas a los demás, donde colaboras con los demás, donde compartes mucho de ti, donde regalas alegrías y prestas ilusiones para que la vida de cada uno sea un poquito más feliz.
Pero llegan los 15 días más esperados, los cuales empiezan recorriendo 550 Km, 550 Km que me llevan hasta mi, que me llevan a mi refugio, a encontrarme conmigo y a compartirme conmigo. Esos 550 Km me llevan a un pequeño pueblo de la costa del mar Mediterráneo, un pequeño pueblo que conoce mucha gente pero que algunos no acaban de ubicar, un pueblo que está en una provincia de esas que se nombran poco, con playa de arena no muy fina, con mar, con puerto, con casitas blancas y bajitas, donde no se ven edificios altos que no te dejan ver más allá, donde no hay miles de personas amontonadas tomando el sol y con playas manchadas de rectángulos de colores. Mi playa es una playa con poca gente, donde huele a mar azul, a arena, donde nadie te pisa cuando tumbado disfrutas del silencio de las olas, una playa donde paran la gaviotas y que no siempre se levantan a tu paso. Es una playa donde te hablan las olas como susurrándote que te olvides de todos tus problemas.
Rompe la mañana, desde mi cama, siento una brisa que viene desde el mar y que me baña los pies, no hay ruido, la temperatura ideal, ojos cerrados, sosiego, calma. Abro los ojos, apenas puedo ver la luz del alba, cierro los ojos. Entonces siento cuatro patitas que se acercan. Puedo notar algo que me roza, algo húmedo sobre mi cara. Me desperezo, vuelvo a abrir los ojos y entonces puedo ver su sonrisa, su cara mirándome con su boca abierta y la lengua batiendo. Tal vez 4 ó 5 horas de sueño, imposible quedarse en la cama. -Duqueeee, es muy temprano. Es como si tirara de mi, como si me estuviera diciendo, -vamos levanta vagurrio que ya es hora!. Entonces me pongo lo primero que pillo, no me miro en el espejo, no me ducho ni abro el armario para elegir una camisa que combine con no sé que pantalón. Un bañador, una camiseta y mis chanclas de… – qué más da, éstas mismas.
Bajo, me sigue el Duque, salta, sonríe, me sigue el Duque, se inquieta. Bajamos 200m, tal vez más, o menos, no sé, la verdad es que nunca se me ha ocurrido medir la distancia desde mi casa a la playa. Sólo sé que no hay 31Km. Según camino hacia la playa, me siento como si fuera un trineo arrastrado por esos perros de las películas del Polo Sur. De pronto me doy cuenta de que no hay CH-R, no hay ignición, no se enciende ninguna lucecita, ni siquiera veo el control de combustible, no hay rampas ni entramos en pista para despegue inmediato. Donde si entro es en la playa, donde veo una luz, la luz del sol, sólo la luz, y olor a algas que han llegado del fondo del mar y olor a mar, con arena fresca que se desplaza a cada paso que das y envuelve tus pies, con la brisa que llega del océano que baña tu cara, con el sonido de las olas que tímidamente mueren en la arena. Veo pequeñas piedrecitas blancas sobre la arena mojada, veo preciosas conchas de colores que en su momento albergaron un ser vivo y la sal que baña todo mi cuerpo. Entro en el agua que moja mis pies, siento la arena empapada bajo mis pies, arena no muy fina, fría, que voy sintiendo a cada paso, una sensación que tengo cada 350 días. Una ráfaga de aire del mar llega a mi cara como una caricia, entra por mi nariz hacia mis pulmones y me llena, me empapa. Me impregno de sal, de aroma marino, de brisa, de mar, me impregno de mar.
El Duque corre al agua y de un golpe entra en el mar, veo como su cuerpo desaparece en el agua dejando su cabecita fuera, con cara de felicidad, rompiendo la calma del mar. Sale dejando mil huellas en la arena alisada por el mar, tumbándose y haciendo hoyos. Entra en el mar, sale, se revuelca en la arena, se para, nos paramos, nos sentamos en la arena fría y llega la paz, miro al mar, sentado, haciendo un hoyo con los pies, y sigo mirando al mar esperando que salga el sol.
Y entonces surge el milagro de cada día, las cosas preciosas de la vida, lo que vemos cada día y que no valoramos y que yo no me quiero perder. El sol va apareciendo tímidamente, va tiñendo de color el horizonte y el cielo. Poco a poco lo que era un semicírculo naranja se convierte en una bola que se va despegando del mar y poco a poco se forma un camino brillante que llega hasta la arena. Veo como nace un nuevo día, un día de paz, abrazado a mi amigo. Sonrío, sonrío, sintiendo mi paz, encontrándome a mi mismo, pensando que todo está bien, que estoy donde quiero estar, en un sitio donde los problemas se diluyen en las leves olas que llegan a la arena. Respiro hondo, me siento feliz, es como si a cada respiración un poquito de felicidad llenara mi cuerpo, un poquito de felicidad que está en el aire.
El día ya ha llegado, el sol se ha colocado en su sitio para brillar con toda su fuerza. Volvemos a casa, caminando recorremos la distancia desde la playa hasta casa, no hay 31Km, no hay carretera ni M-40, sólo unos cuantos metros de asfalto.
Me imagino mi verano, en paz, viendo el mar, como todos los años. No me imagino otro distinto, no me imagino no venir a ver amanecer un nuevo día en el mar, no me imagino no sentir la arena bajo los pies, no me imagino no respirar la brisa salada, ni me imagino un verano sin el Duque, bañándose en el mar y persiguiendo las gaviotas por la arena y sintiendo su pelo mojado junto a mi mientras miramos al horizonte.
Y cuando acabe el verano recitaré los versos de Alberti, llorando por dejar esta tierra
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá? Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!
Gracias L