7 de la mañana, amanece en Madrid, también en mi pueblo. Alexa suena implacable, ese sonidito infernal que rebota por toda la habitación llegando a mi oreja, atravesando todos los huesecillos del oído interno hasta transformarse en una corriente eléctrica inteligible para mi cerebro, el cual me dice que hay que levantarse.
El Duque me sigue a cada paso que doy, puedo oír el ruidito de sus uñitas sobre el parqué. Viene a la ducha, me mira asomando la cabecita entre las cortinas, sacude la cabeza levemente para quitarse las gotas de agua que le llegan desde arriba. Salgo de la ducha, momento de no pensar en otra cosa que no sea, qué me pongo hoy. Abrimos el armario, unas cuantas camisas, unos pocos pantalones, – cuidado no vayas a combinarlo mal. Calcetines, botas y a la calle. – Duque, hoy no puedes venir, de verdad que lo siento. Orejitas al suelo, mirada triste y cabeza gacha. Mi corazón se parte en pedazos.
Navegando en mi CH-R recorro los 31 Km que me llevan a la farmacia. Mientras voy pensando en todo lo que tengo que hacer hoy, facturas, proveedores, facturas, gestión de stocks, facturas, limpieza, facturas, y por supuesto… atender a mis pacientes de la mejor manera que sé y con todo el cariño, con toda la cercanía que les gusta a muchos, cercanía que esos muchos necesitan cuando sienten momentos duros, cuando hay duras enfermedades, dramas sin solución, cuando hay problemas de difícil arreglo. Ahí es donde tengo que estar. Ah! tengo que ver facturas.
Llego al bar de siempre, -buenos días Endry. Me saluda a modo militar, como todas las mañanas, Carlos al fondo, sentado en su mesa esperando que yo llegue. -Buenos días Carlos. Me encanta verle allí, sentado, mirando a la nada, seguro que pensando en sus cosas, cómo cambia su cara cuando me ve llegar, ilusionado de que desayune con él, compartiendo un café y una charla matutina. No sé si podría acostumbrarme a desayunar de otra manera. Un bollo, una tostada, un croissant a la plancha… algo tenemos que comer, hasta las 14:00h hay muchas horas. Comemos, compartimos una tostada con mantequilla y mermelada que nos mantendrá toda la mañana. Siento como mi cuerpo se va activando a medida que voy ingiriendo los trozos de tostada. El café caliente entra en mi cuerpo desprendiendo la cafeína la cual bloquea mis receptores de adenosina, haciendo que todo se active como si pulsaras el botón de ignición y se encendiera todo produciendo luces por todo el cuerpo. En 15 minutos estoy totalmente activado, salimos del bar de Endry despidiéndonos con una hasta mañana, recibiendo a cambio el saludo marcial oportuno.
Saco las 1500 llaves que abren las respectivas cerraduras de la puerta de la farmacia. Alarma desactivada, luces, cámaras… Acción. No hay día que no surja ese sentido de pertenencia cuando abro mi farmacia, la ilusión de un día más, saber que ayer tuve gente en la farmacia para seguir adelante, saber que hoy tengo mucho que hacer. Intento disfrutar de esos momentos, esos momentos que no deben pasar desapercibidos como es saber que hoy sigo teniendo un sitio donde ir a trabajar y disfrutar de ello.
Pasa la mañana, Juan, Boni, Anselmo, Vicente… de repente algo distinto, como un rayo de luz entra en la farmacia, me mira con esos ojos que transmiten dulzura e inocencia, sin ninguna maldad, ojos que reflejan el miedo de lo que está pasando, el reflejo de su enfermedad en su mirada, el reflejo de su prisión, de estar cautiva en sí misma.
Marchó hace ya unos meses a curarse, a convencer a su mente que su cuerpo es muy distinto al que ella ve, a luchar contra ella misma. Entró en la farmacia con sonrisa queda, leve, como si su enfermedad hubiera asesinado su sonrisa. Me miró, un instante, un abrazo, -me alegro de veras verte por aquí, te hemos echado mucho de menos. Aún estará unos pocos días en el barrio y volverá a terminar su cura, alejada de sí misma seguramente, alejada de su dedicación al hambre que escribía Louis Glück, para después tener una vida como los demás, desayunando sin pensar en qué ocurre si lo hago, comiendo sin pensar en unos gramos de más, y cenando sin imaginar un cuerpo que no es el suyo.
En este momento no vive, no muere, no hace, no está, necesita salir, encontrarse y conocerse. Alinear mente y cuerpo sin interferencias, sin que cada uno vaya por su lado. Hoy está aquí, sonríe, se irá pero volveremos a vernos, seguro que estará bien y compartiremos algunos momentos con el Duque, que tanto le gusta. Un hasta luego, un hasta pronto, mientras la veo alejarse, pidiendo con todas mis fuerzas que se recupere, que sea quien quiere ser, que ningún monstruo habite en su cabeza destruyendo su cuerpo, que vuelva de esa pesadilla dantesca de la anorexia y que vuelva, que vuelva a comer y a comerse el mundo.
Cierro las 1500 cerraduras de la farmacia, me pongo la mochila a la espalda y me dispongo a caminar por el pasillo que me saca a la calle. Camino despacio, reflexionando, pensando en lo que veo cada día y en lo que hoy he sentido al verle. Subo al coche, presiono el botón de ignición y todo se enciende, todo se ilumina, ojalá fuera tan fácil en la vida.
Recorriendo de vuelta los 31 Km, reflexiono sobre la anorexia, sobre tantas y tantas personas que la padecen. ¡Cómo hemos conseguido llevar a tanta gente a este laberinto a veces sin salida?. ¿Una sociedad hostil e implacable con los cuerpos fuera de los «cánones de belleza»?, ¿unos amigos sin ningún derecho a insultar?, ¿una familia rota o desestructurada? ¿Cómo ha llegado ahí?
Hoy sus estrellas no brillan, su luna no ilumina y su sol no calienta, pero ¿y mañana?
Todo será distinto
Gracias L