Amanece en un pueblo de Madrid, un pueblo de esos que conoce mucha gente, a 31 Km de cualquier sitio, pero a mucha más distancia de mi pueblo. Un lugar precioso diría yo, famoso por sus casas de pizarra, por su encanto, por sus callejuelas empinadas, famosa por sus rincones, rincones de embrujo. Hoy he visto amanecer allí, lejos del ruido, lejos de todo, imbuido en mis recuerdos, soñando con rincones, con situaciones.
Hace 1000 años que paseaba por sus calles sin asfaltar, calles de tierra, de restos de pizarra caídos de viejas casas o tinados, calles que te llevaban a ninguna parte, que subían a las laderas repletas de jaras que se poblaban de flores blancas en la primavera. Callejuelas de pizarra y barro repletas de rincones derribados por el paso del tiempo, restos de piedras en el suelo que formaron parte de algún pequeño hogar del pasado.
Recuerdo ir al lavadero, donde seguramente 1000 manos habían dejado allí sus uñas dejando limpias otras tantas camisas y pantalones y faldas y blusas y algún que otro calzoncillo accidentado. Recuerdo subir al cementerio por un camino escabroso, un camino por el que imagino que llevar un féretro a hombros era tarea ardua, un cementerio de esos que le faltan las paredes y al que se puede entrar para ver sus tumbas rústicas con cruces de metal, incluso algunas de ellas con huecos que dejan entrever el fondo de la fosa donde descansa alguien desde hace más de 100 años. Recuerdo pequeñas lápidas de familiares, antepasados como mi bisabuelo Eladio, que recorrieron ese camino en su pequeño ataúd a hombros de vete tú a saber quien o mi tío Alfonso que falleció muy pronto y por una enfermedad que hoy ya no mata a nadie.
Aún recuerdo cuando subíamos siendo niños y pasábamos antes por las cuevas de roca caliza excavadas en las paredes del barranco que lleva al pueblo de arriba. Cuevas que nos conocíamos como la palma de nuestra mano y en la que entrábamos inconscientemente con linternas no del todo seguras. Aún recuerdo cuando pusieron el primer restaurante que lo hicieron llamar de manera ilustre y en el cual trabajó mi abuela a la que tanto quería por ser mi abuela y por ser como era y por quererme tanto y por cuidarme y por ser su favorito, y por confiar tanto en mí y por tantas cosas. Aún recuerdo verla bajar agotada de una dura jornada de hostelería en ese ilustre restaurante con ilustre nombre y darnos parte de lo que había ganado en el día de trabajo para que lo gastáramos sin sentido y sin valorar de donde había salido.
Ahora es un pueblo famoso, nunca hubiera imaginado que vendría tanta gente a visitarlo, nunca hubiera imaginado que un alcalde ayudado por mi padre, dejara el pueblo como se ve hoy, moderno pero rústico, elegante pero empedrado de pizarra para poder pasear por sus calles, por sus rincones, un pueblo que parece sacado de un cuadro pintado en un inmenso lienzo.
Hoy recorro sus rincones junto a mi fiel amigo, recorro sus calles, perfectamente empedradas de pizarra. En uno de sus callejuelas me encuentro con algún amigo de la infancia, de esos que parece que no ha pasado el tiempo al verlos, de esos con los que empiezas a hablar de cualquier cosa sin preguntar cómo va esa vida. Un vino en cualquier terraza de los varios restaurantes que han sido ubicados entre sus pequeñas casas.
Recorro sus rincones y siguen llegando recuerdos a mi cabeza, recuerdos del ayer, cuando subía al cementerio, cuando llegaba a las laderas desde el pueblo, a ladera de jaras verdes, a laderas de perdices y jabalís. Recorro sus rincones e imagino mi presente, recorro los rincones de una realidad que no existe, recorro rincones del pasado que me llenan de melancolía y rincones del presente que me llenan de esperanza. Imagino rincones del futuro, de una realidad que quieres que exista.
Al anochecer abandono el pueblo de mi infancia, donde tanto he vivido. Después de una hora y algo y más de 31 Km llego, a mi pueblo. Puedo sentir la melancolía de llegar al presente, de dejar atrás por un momento, años de felicidad, de alegrías, de melancolías, de rincones.
Volveré a recorrer sus calles, recorreré los rincones ajeno a los turistas, ajeno a todo lo nuevo, recorreré sus esquinas imaginando en blanco y negro, como esas películas que de pronto vuelven al pasado y todo se transforma en la escena, recorreré sus lugares y soñaré, soñaré con muchas cosas del pasado, del presente y de ilusión.
Gracias L