Aún recuerdo cenar toda la familia junta en una mesa de esas de alas, esas que se hacen muy pequeñitas y que apenas ocupan espacio cuando se pliegan. El cuarto estaba al otro lado de la casa y recuerdo el trasiego desde la cocina poniendo todos la mesa. Mi padre a mi derecha y mi madre al otro lado de la mesa, que al final era la que más se levantaba. Recuerdo las cenas caseras hechas por mi madre, croquetas, el pescado que no nos gustaba a nadie simplemente porque era pescado, las riquísimas sopas, las judías, la protesta de «ya no sé qué poneros». Recuerdo terminar de cenar y bajar la basura con mi hermano para así poder echarnos ese cigarrito clandestino a escondidas de mis padres.
25 años de juventud en un barrio de Madrid, en un barrio como tantos otros de esta capital, con esos amigos de siempre que nos esperaban en el mismo sitio para irnos a dar una vuelta a cualquier garito del barrio, o simplemente quemando el tiempo charlando de cualquier cosa, ese tiempo que ahora parece que nos ahoga y que nos sobraba tanto en aquella época.
Recuerdo ver luchar a mis padres, cada uno por su lado, cada uno en su parcela, pero juntos, para un mismo fin, su familia. Aún recuerdo cuando marchaba mi padre sobre las 7 y media y cómo regresaba a eso de las 20:30h o las 21:00h, después de una larga jornada, trabajando en dos sitios para sacarnos adelante. Recuerdo a mi madre, pendiente de nosotros, pendiente de los deberes, de si estábamos malos, de ir a la compra, que no faltara nada pero al mejor precio para hacer que la economía doméstica fuera bien y nunca escaseara nada.
Recuerdo las sensaciones, sensación de felicidad, de cordialidad, con nuestras discusiones y peleillas entre los hermanos que no llegaban a nada y que al salir a la calle nos defendíamos a capa y espada. Recuerdo las vacaciones, todos juntos, compartiendo un apartamento en la montaña o una casa en la playa. No teníamos ropa de marca ni un coche premium de esos que la gente mira, no teníamos una casa gigante de 8000 m2 para poder vivir todos los que éramos, no vivíamos en un barrio de esos que bajan los vecinos vestidos como de boda, pero tengo esa sensación de alegría al recordar mi pasado, al recordar a mis padres, a mi familia, a las vivencias felices, a esa sensación de ese no sé qué te recorre por el cuerpo cuando te acuerdas.
Hoy quiero recordar a mis padres, los que, como dice la canción, fueron buscando el dorado, que tuviéramos una vida cómoda, que estuviéramos educados para enfrentarnos a la vida, que tuviéramos comodidades y sobre todo que fuéramos felices, no sin ello enseñándonos cómo hay que esforzarse para conseguir las cosas. Recuerdo como me aplacaba mi madre cuando levantaba su mano agitándola al aire quitando importancia a temas que para mi hacían terminar el mundo y que ella hacía que fuera todo más sencillo. Recuerdo a mi padre recordarme la importancia de estar pendiente todo y prever las posibles consecuencias.
Dicen que Dios da a los padres la felicidad de tener hijos. En mi opinión Dios nos ha regalado a mis hermanos y a mi tener unos padres como ellos, unos padres que no han cesado de estar pendientes de nosotros, a unos padres que buscaron el dorado para toda la familia a unos padres que nos han enseñado todo lo que sabemos y a disfrutar de lo que conseguimos con esfuerzo y tesón.
Hoy, disfrutando de su presencia, los miro en ocasiones, juntos, recostado el uno sobre el otro en un sofá, viendo la televisión en el salón de su casa, recordando lo que hemos vivido, recordando mi infancia, mi juventud, recordando cuanto hemos disfrutado, cuanto me han ayudado y sobre todo lo que me han enseñado, enseñado a volar pero sin vivir mi vuelo, enseñado a soñar pero sin soñar mi sueño, y a vivir pero sin vivir mi vida, pero sabiendo que en cada vuelo, en cada sueño y en cada vivencia perdurará siempre su huella, sabiendo que sin ellos no hubiera sido posible.
Hoy no recorro 31 Km para llegar a la farmacia, no voy a ver a nadie que me necesite, no voy a estar pendiente de la medicación de nadie, hoy simplemente quiero dar las gracias por tenerlos conmigo, sin pensar si algún día no estarán y quedaré huérfano por su ausencia. Quiero seguir recorriendo 31 Km cada día sabiendo que están ahí cuando los necesite, que son mi guía y mi ayuda en momentos duros.
Recuerdo con nostalgia en una ocasión, estar oyendo la canción del dorado y como una persona derramaba lágrimas de emoción al escucharla por lo que habían hecho sus padres. Ahora y después de haber recorrido océanos de tiempo, comparto sus lágrimas.
Gracias L